Sean cuales sean nuestras creencias religiosas, o, simplemente, nuestros principios éticos, nuestras ideas sociales y políticas, hemos de reconocer que el valor de la vida, es fundamento de todos los demás. Nadie puede disponer de la vida ajena, y menos que nadie los Poderes públicos, por lo que inequívocamente rechazamos, en este final de siglo, la pena de muerte y las guerras, “civiles” o internacionales. Quienes persisten en defender – o propugnan por restablecer – penas de esa índole, o de “legitimar” guerras – con el pretexto de su carácter “defensivo”, en circunstancias extremas -, nos hacen correr el peligro de un retorno a la barbarie y requieren tratamiento psiquiátrico o, por lo menos, educativo. También, aunque la cuestión es más compleja y delicada, lo requieren quienes propugnan la extensión del aborto no terapéutico o de la eutanasia activa.
Pero no se trata, sólo y obviamente, de la mera vida física, sino de una vida en plenitud, abierta a las tres religaciones sustanciales que analizó egregiamente Xavier Zubiri: la religación con los demás seres humanos, la religación con las cosas que nos sostienen y nos sustentan, y la religación con lo absoluto, con lo trascendente, con Dios, para muchos creyentes, de distintas confesiones.
Principalmente, confieso mi sintonía, sincera y profunda, con la declaración de la Universidad Espiritual Mundial Brahma Kumaris, sobre “Valores para Vivir”, prioritariamente, la honestidad, la humildad o sencillez, la generosidad, la tolerancia, el respeto, la cooperación, el amor, y, en suma, la paz.
Quienes luchamos por acabar con el drama -tragedia, en muchos lugares y momentos- de que son víctimas millones de seres humanos, y principalmente los más débiles o marginados -mujeres, niños, refugiados, ancianos-, sabemos que sólo una inmensa movilización universal y conjunta de todas las Iglesias, confesiones religiosas, corrientes de espiritualidad liberadora, Organizaciones no Gubernamentales, portadoras de esos valores para la vida y transformadoras de estructuras socio-económicas inicuas, hará posible la construcción de una paz en la justicia.
Joaquín Ruiz-Giménez Cortés. Presidente del Comité Español del Unicef. Madrid 28 de Octubre de 1996.